sábado, 10 de outubro de 2009

Ensayos que alguna vez querian ser cuentos...

LOS CUADERNOS

"Todo tiempo de un árbol se quema
Se quema de pie y nunca aprende
que siempre y nunca es la misma história..."
Sergio Rigazio

Me lo habia prometido muchas veces... fueron casi 20 años con miedo de hurgar los rincones donde nunca llegan las luces. Porque ya no habia más faroles por ahí, ni navegaban más los viejos navios. Vivía todavía en la calle Benito y ya los había guardado en un cajón -bien en el fondo- dentro de una bolsa de plástico, lacrada desprolijamente con cinta Scotch, lejos de los ojos de mi vieja, de mis hermanos y, principalmente de mí. Con el tiempo los fuí fortaleciendo con otras bolsas, bolsas nuevas, más consistentes, y nuevas cintas transparentes. Me fui al Brasil por la primera vez, y me los llevé a todos conmigo. Durante siete meses se quedaron dentro de un bolso Topper azul, en el fondo también, debajo de un estante. Siete meses a solas con un grabador acoplado a un wafle de 2 ways destartalado, comprado en las casas de usados de la Rua da Conceição. Escuchaba todo el dia las dos o tres mismas cintas de Chico Buarque. Era el comienzo de mi brasilidad, creo. Es porque por esa época le escribía algunas cosas a las rubias -unas de pura sepa y otras de pura agua oxigenada-, unas putas que trabajavan en el burdel Aritana, y que, en las horas libres se quedaban conmigo en los bares, madrugada adentro. Nunca les toqué un pelo a as putas. Cuando conseguian decir algo en sério, me hablaban en el idioma grotesco de los sueños más crudos, esos sueños de hijos estudiando en Harvard con un papi suizo. Lengua radiante, la de las flores más brutas...

Fui aprendiendo el verdadero idioma universal de ese modo.

Escribí otras cosas también, acerca de nombres de calles, por donde pasaban las otras, las morenas, las estudiantes de Abogacia y Economia, que comenzaban a pedir "democracia yá", tímidamente, digamos... porque sus pechos eran tímidos todavía.

En fin, allá por el 83', pintaba paredes de nuevo, pero ahora en la lengua de las putas.

Alrededor de estas facultades se encuentran los nombres de las calles más solicitadas por los poetas nativos, a saber: Saudade, Aurora, Hospício, Riachuelo. Iba escribiendo y agregando esas morenas y esas calles a la bolsa, la bolsa Topper de los cuadernos... Acomodaba las hojas dentro de la bolsa sin mirar. En poco tiempo se ligaron una nueva bolsa de plástico -ahora una de las casas Mesbla, lindísima. Grande y gruesa, roja, con mensajes de navidad, para durar mucho tiempo y ser feliz para siempre.

Todas las veces que cambiaba los cuadernos de una bolsa para otra, miraba sólo de reojo, para embocar las cosas, con miedo a que me saltasen en los ojos como aves de rapiña que eran. Otras veces sentía que era pura verguenza mia, como si fuera a salir un dedo acusandome de ser mínima e indispensablemente felíz o no. Nunca supe bien quien debia juzgar a quien: si el presente juzgaba al pasado o al contrário. Y entonces los cuadernos volvieron del Brasil y se fueron a pasar unos seis años conmigo en Buenos Aires.

En la última agéncia que trabajé, en la calle San Martín, en el barrio de Retiro, lo veía a Borges saliendo de su casa en Maipú, rumbeando para la plaza donde yo tomaba mi solcito en los mediodias del verano porteño. Él de bastón en brazo, y Maria Kodama, siempre cargando carpetas, libros... cuadernos. Me sentaba bien cerquita de los dos, me quedaba mirandolos con la envidia de la ceguera, con envidia de los cuadernos de Borges. Por entonces, yo recibía la revista Marketing en unos sobres de plástico con el nombre "Choise" -un servicio de entregas-. Entonces metí los cuadernos dentro de dos sobres de esos y nos fuímos juntos a nuestra segunda pátria: Itália, donde escribí otro puñado de cositas, mientras me duró la fascinación por el frío y la neblina escandalosamente bella del Piemonte. Iba con el Nino, por montañas y valles, catalogando hongos y castillos abandonados. Pareciamos arqueólogos; al Nino -mi pariente italiano esencial, especialista en história, geografia, astrologia y... hongos!- le gustaba seguirle las pisadas a los romanos y a los siglos.

Cómo no escribir poesía después de esos rocíos amarillos? después de los vestidos negros de las viúdas de Mussolini por los pueblitos de la provincia, al viento verde de los viñedos?

Fué por entonces que unos pocos nuevos poemas, sobre hongos y cielos boreales, fueron a parar dentro de la bolsa.

Los cuadernos iban volviendose internacionales de verdad -ya que antes no pasaban de meros roughs intergalácticos-.

Después vino la vez rápida de los Pirineos, las noches solitárias en la Francia. Las noches que aniquilaban cualquier tentativa de festejos o gestos de amor. Las discretas discusiones de miradas, de movimientos bruscos apenas, por la sala de la casona de tía Emille, en Vic-en-Bigorre, con los otros semi-parientes -parientes de ella-, los facistas, los nostalgiosos de todo tiempo pasado y mejor. La tía Emille era maravillosa, sus parientes no. El pan casero de cada dia, poseía la fuerza y el sabor de todo lo que me imaginaba cuando alguien tocaba en la palabra Pirineos. Era el pan de D'Ártagnan y de la reina Margot. Ese pan viajaria gelatinoso, por todos los relojes del tiempo, parados y andando, parados y andando por las trincheras de la resisténcia de los partisani y las flores rojas de las campiñas... por las mañanas francesas eternas. Era el champagne espumando y derramandose, volviendose contra mí como sangre burbujeante. Todo lo que tocaria por entonces, derivaria sangre... el pan y el vino, cada pieza de los relojes antiguos que Pietro -mi pariente héroe, y marido de Emille- fabricaba en un alero de la casa que daba al canal. Y así, después de probar el sabor del licor verdadero y la eséncia desabrida del nacismo en família, finalmente llegamos a España. Mis viejos cuadernos del alma y yo. España de Picassos, Casals, Sauras y Di Stéfanos... y olé! La misma España de las tabernas del barrio antiguo y los mariscos al toque de Camarón de Las Islas y Paco de Lucia... maravillosas madrugadas en Madrid. Maravillosas madrugadas en mi casita de la Playa del Bon Nou en la Villa Joyosa (una perlita arcillosa y milenária en pleno país valenciá).

Escuchaba intermitentemente Benson, Metheny, Mingus, de la Joni Mitchell, esas cosas... abrazado al Fox (Fuego, en catalá), un pastor alemán de mi Primo Yuyi -otro primo esencial -hoy en el Bolsón-. Hippie de la primera hora y de la última también; artesano de la más pura nata porteña. Por la primera vez escucharia "Noite de hotel", en un programa de música brasileña que pasaba en una FM de allá... "Noche de hotel / odio a Graham Bell y a la telefonia / Llamada transatlántica / No sé qué decirle a esa mujer / potente e iluminada / que sabe explicarme todo / y no me entiende nada..." Fué por ahí que comencé a percibir que estaba separándome poco a poco y definitivamente de Erika. Esa canción me lo decía todo, y solamente Caetano podia decírmelo de ese modo através de los oceanos -hoy lo odio al tal Bell, por eso que no atiendo casi nunca el teléfono cuando estoy solo en casa- y hoy, al reencontrar Erica, después de 9 años, no supimos qué decirnos ni precisamos decirnos nada (lo que fué magnífico para los dos, creo).

Cómo no escribir entonces, canciones al Mediterráneo y a todos los piratas de buen corazón? Paseaba desnudo en las noches de tormenta, con una botella de vodka o Gin, y un atado de Ducados negros, bajo las olas que vienen del África e que me salpican a 15 metros encima de las piedras... con el Fox siempre rompiéndome las pelotas, corriendo atrás de mi y de vez en cuando -a los domingos- mordiendole las piernas enrojecidas por el sol a alguna turista gorda y alemana. La policía venia a casa de vez en cuando para reclamar, y yo, siempre medio pateado por el alcohol y el chocolate -una mescla de marihuana y hachis, que nunca entendí muy bien, ni nunca tuve condiciones de parar para pensar- les retrucaba que los alemanes se merecian eso, porque tiraban mucha basura en la playa, y además tenian la culpa de los 6 millones de judíos, que por eso el Fox los odiaba. En realidad, el Fox mordia a todo el mundo. A veces tomaba sol conmigo el Fox, y con mi circunstancial "amigo famoso": Gene Wylder, de los Monthy Phyton, los dos en bolas. Gene estaba de vacaciones y era mi vecino, y hablábamos todo el rato de filmes, de piratas, y de tesoros escondidos en el Mediterráneo... esas cosas, medio en inglés, medio en español... hablábamos de las piedras que siempre salian de sus lugares después que la marea bajaba por las mañanas. El paisaje de Bon Nou nunca era el mismo a la mañana siguiente. Yo ya estava un expert en inglés, inglés comercial, digamos, por causa del trabajo -mi primo recorría ciudades de la costa vendiendo sus ropas artesanales-... La pregunta era la de siempre: "how much..?" ahí venía mi respuesta, variando según el producto: "one thousand, seven hundry, forty pesetas..." y así me las arreglaba, qué joder! como dicen los gallegos.

Por hablar de famosos, un dia en la playa de Benidorm, se acerca una mina, linda, unos 50 años, de jeans y todo el resto azul. Toda azul, azul maravillosamente corpóreo, con la piel blanca como quien anda con el sol de aquí para allá sin precisar tomarlo. Habla conmigo, me pregunta precios, que esto que lo otro. Le super gusta una pulserita muy loca con un aro dorado y forrada con piel de cobra artificial. No le parece cara. La pulsera la seduce así como ella me seduce con sus lábios de frutillas salvajes, pero no se lleva la pulsera, qué vá! Se las pica, abrazada a su amante, un poco menos azul que ella, con unos años menos también... Me quedo maravillado, paralizado por todo el azul que puede haber en este mundo y de repente en los simples cuerpos, en las simples corazas de los humanos. Se vá y con ella arrastra mi silencio y mi perplexidad por toda la playa, por todas las ostras del mar de Benidorm. Paré algunos instantes para ver todo el azul de Europa yendose despacito, despacito, entre turistas y gitanos. La voz de mi primo me despierta. Me llama de boludo, para empezar.-"Vos no decís que te gusta Bergman ? esa mina fué casada con Bergman... no me acuerdo el nombre de ella, pero trabaja en todas las películas de Bergman... Jordi, reaccioná!". El Yuyi me llamaba de Jordi, que quiere decir Jorge en catalán, y otras veces de Giorgio, lo mismo en italiano. En un instante comprendí que “explicarme aquello sería inútil, flaco”. Explicar cualquier canción sería inútil, cualquier siléncio jamás podría ser maldicho y cualquier fruta jamás sería la misma fruta , entonces debia ser deborada y perdonada en el paraíso o en el infierno. Recuerdo que era una mañana de sol en medio al frio de Febrero, cuando manoteé la pulsera de aro y de culebras y salí corriendo atrás de Liv, gambeteando los zapateros gitanos, los artesanos gitanos, los malandros gitanos, todos los gitanos que hay en el mundo y los perros de todos los gitanos del mundo también, que parecian estar allí, exactamente en aquella mañana de Benidorm... con sus cabellos grasos y sus bigotitos negros cursis, sus ropas negras y apretadas y la madre que los parió, sus maravillosos cantos de adoración a Andalucía, sus guitarras y el fuego atravesandose en mi camino implacable hacia la luz del norte. Pero era imposible alcanzar tanto azul. Liv se había ido. la había perdido para siempre, y ella se quedó sin su pulserita de culebra.

Liv Ullman sería el comienzo de una nueva série de confeciones mal escritas, que irian a parar, rápida y prematuramente junto a las otras, apiladas en los cuadernos dormidos en la bolsa, junto con otras confeciones de gitanos y piratas que, como yo, dejaban escapar secretamente sus tesoros del mar, junto a las latas de cervezas y las sillas de playa de alguna turista gorda y alemana, que el Fox tenia la costumbre de morder.

Volví al Brasil decidido, y la Bahía -inevitablemente decidida también, en un par de horas me obligó a empujar más versos desprolijos a la bolsa.

La bolsa se iba hinchando, hinchando y volviendose cada vez más pesada, más internacional, después del tiempo y todos los quilómetros recorridos.

Cuando llegué a Recife, con sus olas chocándose a lo lejos con la costa del África y mi amado Mediterráneo, precisaba otra bolsa urgente, pensé, para no comprometer la vida útil de los cuadernos guardados allí, para que no me pesase tanto el dia que me decidirse a vaciarla de una vez por todas. El dia que le pierda el miedo a eses estúpidos, inútiles bicharracos de rapiña.

Sé muy bien que vá a ser de una vez: un golpe certero como el que se les dá a los conejos en la nuca, infalible como el desespero de los ahogados... como el golpe que señala la hora de morir en los relojes de antiguas paredes... el golpe fatal y milagroso de los locos, los cracks, los shocks, las dagas en punta y los ojos pintados de mis amigas, las putas, con sus cabellos pintados por la luna.

Sé que una de estas noches cumpliré mi promesa, dioses! Antes de abrir los cuadernos, vendrá el ritual de vida o muerte, del todo o nada: llenaré el vaso hasta rebalsarse en demónios y encenderé un cigarro cubano.

Comenzaré por escuchar aquel disco de Van Morrison, esas cosas crudas, eses punchs directos al hígado... y bueno, saldré con los dragones y los cisnes a cazar por la floresta urbana de las noches, a navegar por los rios que van a desembocar en no sé qué milagro de lagos, mares y otros abismos... todos mios, nada más que mios, en busca de mistérios por entre los cuadernos... hoy guardados, cuidadosamente sobre un estante, en una bolsa nueva y dentro de una carpeta.

En la carpeta hay una etiqueta pegada que dice simplemente: "textos".

----------------

ANNA EN PARIS

A la “piccola” Anna Silla, y al cielo de Europa.

Finalmente las primeras nieves cayeron sobre Tortona, sobre los viñedos y las colinas que nacen juntos, al pie del cementério. Estaba cerca de la Navidad, y me lo habian anticipado. Un dia de esos iba a abrir las cortinas, luego las persianas que daban a la Corso Pilotti, y entonces las veria... cayendo pequeñitas, copo a copo sobre las má

quinas y los gorriones. Me imaginaria los trenes yendo para Milán y otros para Turin o Génova, todos bajo las primeras nieves, através de los vidrios frios y empañados del ventanal de mi cuarto.

La pequeña Anna y el gato me esperaban temprano en la amplia cocina, con el café con leche y los quesos, los jugos y las palabras cruzadas por la mitad.

Era el calor de un hogar repleto de paz centenária, y de cordiales rutinas, que sólo un pueblo tocado por los dioses romanos y los ángeles de la guerra pueden tener. Los caminos estaban todos por ahí, abiertos. Las construcciones, los baños bajo la tierra, los huesos. Las marcas de la devastación; los tiranos, los zumbidos de los aviones de la guerra, traídos hasta las últimas trincheras por los ángeles, los ángeles de la guarda de Tortona, que ahora traian consigo la Navidad y las primeras nieves.

Algunas veces, la tia abuela de Anna, Zia Annetta, me contaba de la guerra. Yo vivia preguntándole cosas así, a ella y al Nino, el padre de la pequeña Anna. Annetta me hacia sentir el clamor macabro de las bombas a lo lejos, el olor rancio y antiguo de la pólvora carcomida por los surcos de trigo marchito y los charcos de sangre inocente horizonte adentro. Me hacia ver también los muros rasgados y el miedo yendo y viniendo por el cielo rumbo a las ciudades grandes del Norte. Al Nino no, al Nino le preguntaba más sobre hongos y castillos, sobre viejas canciones religiosas en dialecto milanés, sobre las regiones, los distintos verdes que existian y los diferentes vinos del Piemonte. Nino tenia un telescópio con él se podían ver los cráteres de la luna.

Una rara noche, limpia y de frío, conversábamos hasta las primeras horas de la madrugada, como ya era de costumbre, después de ver alguna película tediosa en la tevé, o mejor dicho, antes que terminara, de tan aburrida. Estábamos hundidos en los sofás del hall, calentándonos con algún licor de durazno. El Nino, como siempre, con su Atlas en la falda, para tener una confirmación precisa de forma, color y localización de las cosas que yo le contaba sobre la Argentina, sobre el Brasil y toda la bendita América, tierras prometidas y culos del mundo en general. El Atlas le servía también para ilustrarme con preciosidad de detalles sus histórias de romanos y frutas típicas. Sabe de todo un poco el Nino, pero aquella noche me sorprendió con su telescópio.

- Giorgio, Vos ya viste el cielo europeo? - me pregunta.-

- Qué tiene el cielo europeo?

- Ustedes en América ven el cielo de una manera, todo lo opuesto al que vemos nosotros... las estrellas, las constelaciones... exactamente lo opuesto de allá.-

Es verdad, pensé, hacia pocos dias que estaba en aquellos pagos, y la mayor parte de las noches, la neblina era una cerrazón. Aquella noche la neblina apenas rozaba la tierra, como una red gris alrededor de sus pezes, solitários humanos por las pequeñas ciudades oscuras. Y nosotros dos, a cinco grados bajo cero, en el pátio del acuário septentrional del universo, en el cielo de Europa... donde ahora reinaba la calma para siempre, dominando todos los valles y sus hongos, todas las torres y sus respectivas villas. Y abajo de todo y de todos, estaban los caminos, sus huellas del pasado y los huesos, las columnas de piedra húmeda resistiendo a la sal de la Liguria. Pasé una semana siguiéndole los pasos a Giordano Bruno entre las columnas de la costa genovesa y bajo ese nuevo cielo, por veredas anchas y rajadas, por sendas de moho y con el olor típico de fantasmas anónimos e inciertos. Fantasmas que partian a toda hora de los puertos, como barcos, eternos, para el otro lado del mar. Pero yo estaba seguro: a pocos metros de allí el dia de hoy continuaria presente, amigo, eficáz lo suficiente para regular mi sueño de marinero sin grandes destinos.

A un rato de la oscuridad de los siglos estaban los yates lujosos, brillantes, en esa otra inmensidad pavorosa de tiempo que es el mar. Los trenes que pasaban rumbo a Mónaco, con sus mujeres de vestidos negros y sus revistas de moda, sus hombres de sobretodos grises, leyendo las páginas deportivas... todo estaba allí. También estarian las gaviotas del muelle de Spotorno, buscando como yo, vestigios de naves mercantes, piratas o conquistadoras de verdes mundos virgenes. Además se podrian ver las flores del balcón, y en el balcón, claramente Anna. Pequeña y riendo al viento templado de la costa norte mediterránea, como esas flores rojas, locas para despertar y sarpar con los barcos para su destino de mujer. Sarpar de los muelles vistos de allá encima, del balcón.

Todo eso estaba en el recuerdo más querido que tengo de Anna: una fotografia fija en la pared de mi estúdio, aquí en casa, clavada como una mariposa que puede volarse a cualquier momento. Sólo que yo no quiero. Anna vá a permanecer siempre allí, conmigo y las flores de la foto, que no se marchitará ni se descolorirá nunca. Un ángel mandando en mí y en todas las nieves... más allá de todas las guerras, y cuidando de mí y de su própio tesoro, de su destino que no quiso más.

Un dia, la pequeña Anna murmuró: -"Non me la faccio più!", mientras yo cruzába la plaza de la Concorde en dirección al subte, y completó las palabras cruzadas de su vida, sentada sobre las rodillas y con los codos apoyados en la mesa de alguna cocina.

Con el café con leche caliente en las manos, partió para ese otro cielo, y en un rincón, aún centellaba intacto un pesebre que habíamos hecho juntos, y las vidrieras del mercado resplandecian sobre las jaleas de naranja inglesa y los chocolates suizos. Como si la nieve quisieran brotar del cielo otra vez, cayendo suave y liviana, de aviones recortados de revistas y pajarillos raros .

Entonces cuando supo que yo estaba tan cerquita, me mandó un beso. Ahora, de vez en cuando y como quien no quiere la cosa, me cuenta acerca de ese cielo, ese cielo que no conozco bien, y sobre algunas estrellas nuevas que se le aparecen.

Anna murió en Paris... por eso será siempre luz...


-----------------

ELIS

“Ahora retiran de mí la cubierta de carne...
exprimen toda la sangre, afinan los huesos en hilos luminosos.
Y ahí estoy, por el salón, por las casas y las ciudades,
parecida conmigo... un bosquejo; una forma nebulosa
hecha de luz y sombra, como una estrella.
Ahora yo soy una estrella!“.
Elis Regina

Bueno, hermano, te voy a contar una historieta de esas. Esta la voy a llamar de “Elis“ o sino “la diosa” o algo así. Cuenta mi primer dia en tierras brasileñas, exactamente una madrugada de enero del 82, en unautobus de la Pluma que hacía Baires-Rio directo. Sabés la história como es: cada cuatro horas el bondi para en algún culo del mundo para tomar café y hacer pis. Es una mierda, porque vos venís aprovechando el sueño y te olvidás de la baranda de patas transpirando y pendejos haciendo caca en el asiento de al lado. El baño del bondi se llena cada vez más y vos vas sobreviviendo a fuerza de perfume en la naríz y ventanas abiertas y walk-man a todo trapo en las orejas. Para serte sincero -y no sé si lo sabías, hermano- la única cosa que conocía del Brasil era Toquinho y Vinicius, alguna cosa de João Gilberto cantando con Stan Getz, el viejo Tom... y Pelé, Garrincha... bueno, pará de contar por ahí. Por lo menos me acuerdo que vos ya tenías London London y Transa -si no me engaño-.

Entonces ocurrió en esa madrugada que una mujer gorda y horrorosa comenzó a llorar. Gritaba y me lo perturbaba al chófer, aumentaba el volúmen del rádio, y el chófer reclamaba, y bien, hubo una locura general en el ómnibus y yo me desperté alusinadísimo, con ese sabor amargo de dientes súcios de viajero. Los ojos pegoteados, el calor, los tipos hablando en chino, etc, etc... y yo ya comenzaba reclamando de la indiada del Brasil y a poner mi superioridad euro-argentina por encima de todos los imbéciles de este mundo... No vá que la gorda consiguió parar el bondi en el medio de la noche? Sólo estrellas en millones de años luz a la redonda en aquella puta ruta. Ni el gato! A lo sumo algún asaltante acechándo a mis pocos dólares y el walkman Toshiba recién comprado. Fué cerca de Porto Alegre -alegre un carajo!- ciudad industrial y feísima. Horrible, la pobre. Me acuerdo que aproveché para bajar y orinar en el médio de aquél olor magnífico del rocío que todo viaje de madrugada tiene, en médio de las luciérnagas y de todo aquél sueño de Brasil por soñar, toda esa cosa de alma intacta que se tiene cuando nos preparamos para nuevos amores y otras palabras.

Y el pesadillo de la mujer gorda cotinuaba allí. Prendí un cigarro e inmediatamente después, noté que la gordase habia bajado tambien del cacharro y estaba al lado mio, llorando todavia, pero un poco más tranquila. Así que todo el mundo estaba abajo. Todos despiertos, fumando, meando al costado o comentando bajito el episódio, mientras esperaban pasar el interín.

Me acerqué más de la gorda y le pregunté si estaba mejor, si precisaba algo. Le pregunté también qué le había pasado para que se pusiera así tan mal. Me acuerdo que, es muy común en mí, le pasé el brazo por los hombros sin conocerla... un simple gesto de solidariedad, digamos... ella ni me miraba, miraba para el suelo y de repente para las estrellas, de nuevo para el suelo... - “la diosa, la diosa...” repetía y me abrazaba por la cintura. -“a deusa, a deusa...” y no paraba nunca de lamentarse aquella desgraciada. Yo pensé que era macumba, o algún ritual pagano, qué sé yo! algún mambo de ese pueblo extraño y exótico, esa imagen que siempre nos encajan del Brasil por ahí, sabés?

No era nada de eso: la diosa se llamaba Elis e, según la rádio, Elis ahora estaba muerta. Parece que la mina se tomó todas la pastillaje del mundo con prospecto y todo. Yo ni sabía quién era, pero bueno, de alguna manera u otra, Elis me estava recibiendo con sus eternos brazos abiertos para siempre en aquella noche de rocío.

Las luciérnagas relampaguearon con todo el furor e hicieron un círculo al rededor del ómnibus, que siguió el resto de su viaje por la nada, sólo con la luz de las estrellas.

Era enero de 1982, cuando todos mis sueños estaban frescos aún. Un calor radiante me pechaba para el mar y yo ya me sentia, sin importarme mucho cómo y por qué, parte de la história del Brasil: llorando por Elis, y al lado de las gordas.

Bueno, hermano, te dejo por hoy. Mañana será un nuevo dia y me pondré a contarte más, acerca de caminos y rocíos... de voces, esas voces que te acompañan por ahí cuando uno menos se lo espera, vos sabés.

Un abrazo para vos, y vaya otro abrazo para Elis.

--------------

LOS PÁJAROS

Una de la mañana. Cierro las persianas, apago la tele y me voy al sobre... acababa de ver los pájaros de Hitchcock sobrevolando cualquier ciudad simple y pequeña como la mia, con sus ojos rojos y siniestros.
Por la primera vez en mucho tiempo, tuve miedo de dormir y miedo de soñar. Me pasaba esto cuando era adolescente y volvia para casa, después de una sección de viejas películas de Boris Karloff o Bela Lugosi, a los martes, en el San Carlos. Casualmente hoy es martes, y las casas se mueven silenciosas cuando paso -es tan inconcistente esta ciudad-. Salia del cine con la frialdad y los reflejos siempre prontos, tan común a los héroes. Las manos en la cartuchera a la espera de bandidos, acechando en las esquinas de Benito de Miguel, detrás de los muros que escondian los quintales, quintales repletos de limones y naranjas, de gatos en celo y bombachitas secando los pecados en los alambres .

Nunca quise imitar bandidos. Pensaba que, al menos eso seria un señal de bondad... Bien, la cuestión es que los peligros entraban en la casa y se me instalaban firmes debajo de la cama. Trepaban por las sábanas desarregladas y transpiradas de calores, miedos y veranos. Iban penetrando madrugada adentro con sus formas cadavéricas, tenuemente iluminadas por lunas verdes y amarillentas. Por más que revolvese estas sábanas, las formas se transformaban y multiplicaban en los enigmas de sus pliegues.

Fué asi anoche, que los pájaros se fueron conmigo. Gaviotas, mirlos, cuervos... Inclusive las dos cotorritas habian huído de su jaula y volaban a mi alrededor con sus ojuelos rojizos. Percebí también una nube negra y bordó corriendo silenciosa atrás de mí, y silencioso también, como un grande escenário ambulante, avanzaba el mar de la ciudad pequeña y simple. Adiviné que iria a ser una noche movida.

En Recife llovia. Era el cielo de abril purificando las tejas de las casas y lavando los colores con su pincel fresco y brillante. La lluvia lo embelleze todo, como el amor, divagué. Cruzo puentes y más puentes, con gente que cruza y cruza más puentes, con sus paraguas multicoloridos sobre la caudalosa suciedad del rio Capibaribe. Apago la luz y me cubro un poco mientras pienso que la ciudad es una isla. Tanta agua me dá un espasmo ligero. Adormecí con el ruído de la lluvia en las plantas, en las piedras, en los tejados vecinos... Del segundo piso donde vivo, se puede oír claramente lo que la tierra dice.

Los ojos se cerraban definitivamente por ese dia e iria descansar al fin.

Me quedé asi, esperando un señal más allá de las pupilas cubiertas con el velo del sueño, un movimiento sutil del caballo o el alfil para encorralar mi reina. Jacobo se sube a la cama con todo su calor, rubio y sereno. El señal, pensé. Jacobo me traia el señal en sus ojos de águila criminal. Pero Jacobo no puede estar aqui, porque ele vive en otro mundo y otra dimensión. Mañana sabré mejor lo que pasó. Ahora me voy a dormir, tranquilamente, porque soy arrullado por un mundo de mentiras. Nada me puede suceder en un mundo de mentiras.

Solís 1614, creo... una esquina de barrio de Buenos Aires. La puerta de chapa se abre con el chirrido característico de las películas de cuarta, de las puertas abandonadas, de las puertas húmedas y cansadas de Constitución. El ancho pátio me recibe brevemente, quadrado, con su mofo y orín. Sus olores y colores del pasado me dan un abrazo como a aquél amigo que hace mucho, mucho tiempo no se lo vé.

Las persianas están abiertas, y de una de las piezas sale una música muy bajita que no consigo identificar. La pieza es mia, estoy seguro, y ahora si, comienzo a notar los discos que tocan también. Conozco el ruído de la púa en aquél disco de Tanguito.

A los pocos, me reencuentro con algunos amigos, figuritas legendárias de un álbum de recortes que dejé de propósito en algún lugar. Le doy un abrazo al Ricky con un sonriso médio cínico, médio mútuo también. A la mesa estaba la Dina, y de espaldas a la puerta, Carlos tomaba una sopa de anteayer... El Osky desparramado en el sofá y el Tanito, a su lado, contaba unas histórias de putas y valdíos del Dock Sud. Olga, gigante diminuta, anda por la cocina fumando uno de esos y viajando en los mezcales, mientra Sony frita unas empanadas de carne con el negro y el Jacobo maúlla entre unas piernas y otras, trepándose a todo el mundo. De repente, alguien me avisa que ya podiamos sentarnos y empezar las cosas.

- Vamos empezar, flaco -, me dice Carlitos.

Yo sudaba un poco. El otoño todavía estaba un tanto caloroso y se desplomaba caprichoso encima de mí.

- Y Sérgio? -pregunté- no viene? -.

No obtuve ninguna respuesta, o tal vez alguna mirada que no tendria mucho sentido o que no conseguí leer a tiempo.

El sudor aumentó un poco y me removí en la cama empapada. Me dí vuelta y noté que la lluvia continuaba cayendo cielos afuera. Y tal vez fué por eso que los pájaros no estaban allí, en la vieja casona de Solís. Al final yo sólo estaba de visita. No queria sorpresas... aunque me pareció que todos sabian por qué estaban allí, y algunos se escondian, lo sé, detrás de los armários y los guardarropas. Pero, y yo? Me asustaba -tanto como me entusiasmaba- la idéa de que estában todos reunidos por mí, esperando no sé qué de tal sujeto. O será que fuí yo que los convoqué para algún festín diabólico, alguna reunión parasensorial, con sacrifícios humanos y todo? Y por qué? No tengo nada que quiera volver a decir ni que quiera volver a escuchar aqui, y menos esta noche.

Sérgio aparece por fin. Pinta por la puerta de una de las piezas. Me llama secamente y me voy atrás de él, entre el humo de los mil cigarrillos negros que rondaban la noche cerrada. Pisé en la madera astillada del escalón que separaba el hall de la pieza inmunda. La angústia del momento aquél minaria por completo el piso, pensé. Nada quedaria de la casona y yo me olvidaria completamente de este sueño y todas las cosas se esfumarian con él, y entonces no tendria nunca más siquiera una respuesta. Porque también llueve en Buenos Aires y en el resto del mundo. Duelen los olores del asfalto, la nafta y el café, que me seducian cuando bajaba del 6 o del 50 en la calle Tucumán. Duele la canción de Manal batucando en el corazón lleno de puertos, aceites y anclas oxidadas del bajo, de Retiro y del Dock.

Várias personas sin rostro estaban allí, debajo de la maldita luz de clarabollas rotas y polvorientas. Várias personas apoyadas en las malditas paredes descascaradas. Liliana y Pul fumaban copiosamente algunos armados. El agua repiqueteaba en los vidros de la puerta que nunca más se cerró.

Me di vuelta antes de dar el paso fatal y noté que Jacobo me miraba con la indiferéncia del gato que ya comió, con la pena del animal que no entenderá jamás a los pobres bichos humanos, inevitables compañeros de planeta. Indiferéncia ésta, de quien sabe que afuera llueve y adentro no habrá nada que hacer.

Algunos bultos se movian, oscuros y lentos por la casa, arrastrando las cáscaras de la pared amarillenta. Tal vez para no despertarme, tal vez para no despertar a los pájaros.

Me acuesto en la cama de hospital, que es azul y de hierro. Puedo ver mis zapatillas blancas y el pantalón gris de corderoy brillando a la luz de la lluvia. Me quedo inmóvil en medio de tanta gente triste y callada. Todos están como un gato en dia de lluvia. Me quedo allí, no me importa, total ya me estoy yendo. Puedo irme a cualquier momento.

Cuando salimos a la calle la lluvia habia parado y el Sartén rascaba un maravilloso punteado de Spinetta sobre las gotas de los cables eléctricos de la ciudad mojada. Juanca bailaba -como buen Pierrot que era- en los charcos de las baldosas rotas. El Peje se reía de todo y, antes de salir por último, nos comenta, con los ojos vidrados por el alcohol, que le haria falta una manito de pintura a la casa. Todos reímos con él, y la damajuana de vino tinto se quedaria definitivamente sola en la mesa de la cocina. Sola se quedaria la casa. Sola y vacía otra vez, contra todos los fantasmas inútiles, libre de toda esa gente.

Me fui callado y solitário por las calles de Congreso rumbo a un centro imaginário, preguntándole a cada poste para dónde habría ido cada uno. Para qué lugar del pasado? Volverian a sus sopas y sus navíos, sus discos de Moris y sus libros de Rimbaud. Volverian a sus partidos de ajedrez, sus teléfonos y sus cementérios própios. Y yo? Yo solamente queria alguna respuesta y parar de ver todas las cosas tristes e irreversibles.

La lluvia comenzó a caer de nuevo, pero esta vez más fuerte.

No pasaba un ómnibus, un auto, ni siquiera un paraguas. Ningún teléfono para esperar cualquier llamada de Junín. Ninguna panaderia o kiosco abierto donde comprar facturas y El Clarín, y después mandarme para el depto de Aldo. El manto de la lluvia porteña me empapaba de soledad, todo lo cubria y ya no se veía nadita más de nada. Y comprendí, parado en la esquina de Callao, que nunca más podria volver a esa ciudad que una vez ya fué mia . Tantos nombres, discos y libros... calles para caminar, aviones que partirian en un guiñar de ojos... tantas puertas que se abririan a un paso mio... Todo eso se fué por las rendijas de aquél instante de Corrientes y Callao, con aquella lluvia reflejando los carteles luminosos de los teatros, sus vedettes de piernas monumentales y sus culos de oro, con las luces girando, girando, mareando a los hombres de placer. Me sentí el perfecto ciudadano universal, el eterno equilibrista en ese muro de sueños y adoquín. Me tambaleaba parado en el muro y viendo todas las sombras de este mundo tambalearse y pararse porque si, como títeres escapados de sus titiriteros, burlandose de mí al borde de los caminos.

Entreabrí los ojos un poco para ver de qué manera las aguas me llevarian hasta el mar, hasta el dónde no terminaria nunca. Ahora si, los pájaros vendrian a arrancarme los ojos y se los llevarian por encima del mundo, con las aguas y la eterna oscuridad de todos los inimaginábles infinitos para ver. Tal vez así, yo despertaria al fin, definitivamente aliviado y más cerca del olvido.

Fué en aquél pensamiento, creo, que la primera gaviota me rozó el cuello y luego se posó en mi hombro derecho. La lluvia estaba casi parando cuando ella sacudió sus alas mojadas contra mi rostro.

La veo como una sombra más, medio desfocada, con el obelisco de fondo. Y los ómnibus recomienzan su rutina de ruídos y vapor. Los paraguas se abren y se cierran como alas que no pueden volar. Corren y atravezan la avenida, despavoridos, atrás de los táxis que no quieren parar. Paraguas como pájaros, acechando, atacando. Todos somos sus presas en medio a la llovizna y la soledad.

La sombra me habla, susurra mi nombre. Le respondo con otro nombre que yo mismo no comprendo. Sé que suena suave y es dulce, mezclándose rápida y tímidamente a las primeras voces de la ciudad que se despierta. Me sale con un acento medio camuflado de alemán y tonos dorados este nombre. Me sale de la boca con la duda de los nombres que nunca más fueron pronunciados.

Me despierto pálido y temblando como una hoja seca, a la deriva por la calle Levalle en abril. Me veo tan distante de aquellos, mis primeros sueños en vano. Tan cerca que estoy ahora, de mi última pesadilla frustrada.

Estoy desnudo y sin horas, sentado en algún lugar del universo, sólo con los puchos. Desnudo y sin palabras observando la otra calle, el otro cielo, y mojándome con otras lluvias... y tal vez murmurando sin querer aquél otro nombre.

Sé que comencé a llorar después que la segunda bocanada de Marlboro invadió la ventana. Lloré y lloré suplicandole al tiempo que no me diera ninguna explicación, porque lo amaba, lo amaba como amaba las distáncias, que no precisan explicar nada, porque son inevitábles, porque son intransigentes, indiferentes como los gatos y los bichos humanos. Todos ellos imprevisibles como pájaros.

Quizá si no despertase en aquél momento, el dia llegaria con una nueva pista. El ave me traeria algun indício, para saber por qué precisaba siempre matar un tiempo y crear otro encima de ese...

Lágrima vá, humareda viene, el ave se posa en la ventana, fija sus ojos tricolores en mi. Siento frio y pudor. Estoy sin ropa, tampoco hay palabras. Mi sexo se contrae al máximo, tímido e inofensivo, desaparece virgen aún dentro de mi cuerpo de nuevo inocente. Y aquellos ojos, a los que nunca supe controlarles el verdadero color, me miran con profundidad y pena.

A lo sumo nos separaba un metro, de su rencor para mi verguenza. Nos separaba el vacío de lo que no puede ser nada. Era el vacío de lo imposible, allí entre su indiferéncia y mi fragilidad humana.

Tenté abandonarte, en aquél exacto instante, gaviota, mas ya no era más sueño ni realidad. Tenté dejarte allí como si te dejase en Ezeiza, y te quedases mirándome hasta la infinidad, como miras los pájaros cuando vuelan de la mano y se pierden, detrás de las quintas, entre los pinos más altos, contra los atardeceres rojos increíbles.

Ahora sos vos, la gaviota, el pájaro blanco posado en el décimo tercer piso de la avenida Rivadavia y viéndome así, desnudo y llorando. Te miro por la última vez levantando vuelo. Me dejás una lágrima también, verde, azul y violeta, y te vás volando, sin decir una palabra... volando sin parar, sobre las chimeneas de las fábricas, sobre el mercado abandonado del Abasto, sobre la Bombonera y las villas humildes.

Ahora sos eterna como Buenos Aires, así, viendote volar.

Decidí volver a la cama después de lavar el rostro, comer una galletita y prender otro cigarrillo. Esta vez no cerré la ventana. Sabía que estarias por allí, como un pequeño ángel alemán de la guardia, travestida de gaviota, bella, real y sana.

Nunca más los pájaros de Hitchcock me metieron miedo.

Volví a ver esa película unas cinco o seis veces durante esos años que pasaron. Ahora, a veces, cuando el miedo o el vacío me amenazan un poco, me voy hasta la ventana, le mando un beso a todos los pájaros que me habitaron y duermo en paz con todos los mundos que son mios.

--------------

LA AURORA DEL MIEDO

El estampido resonó seco, profundo en la garganta de la madrugada, como un grito ahogado. Era Marzo en la ciudad y sus árboles. Todavia hacia un poco de calor mientras tanto ya hacia un poco de miedo. Por eso que mi sueño estaba leve y las ventanas apenas entrabiertas.

Supe a la mañana. La noticia pasó temprano por la rádio, y, como una flecha, me pegó desprevenido entre una taza de café con leche y un pan con mermelada de naranja amarga.

Nunca razoné muy bien durante los desayunos: a esas horas el cerébro anda acomodándose de a poco. Y así que me fui despavilando me mandé para el lugar de la herida.

Los animales más estúpidos y cuadrados de la tierra nos habian hecho una visita. Callados y furtivos como víboras, como perros inmundos de la peor calaña, doblaron en Rivadavia y Remédios de Escalada con sus Falcons de vidrios opacos. Avanzaron por la madrugada con sus bombas insignificantes debajo del brazo, creentes de que a las idéas se las puede volar como a una cabeza. El libro de Neruda estaba humeante, caliente y poderoso todavia. El piso de la sala se extendia como un horizonte pampeano, enorme, hasta donde los piés no lo podrian tocar ni lo ojos alcanzar.Y el rostro del poeta, sépia, resistia duro e imponente desde la capa. Nos miraba uno a uno y anunciaba los nuevos tiempos, los tiempos de las serpientes y los perros enmascarados en la neblina que cubriria aquella pobre ciudad.

Era la aurora del miedo, y nos pusimos a juntar monedas entre los transeúntes curiosos que pasaban. Estabamos orgullosos. De alguna forma, los animales más estúpidos, repugnantes y cuadrados de la tierra, nos ayudaban a contar una gran história.

----------------

LOS ECOS DEL PARQUE

No me acuerdo bien donde terminaba aquél riachuelo, en el que nos sentábamos a tocar la viola y a hojear los infiernos de Rimbaud. A la sombra de los eucaliptos enormes del verano, imaginaba que los rios no terminaban. Todo lo que es agua, agua continúa. Así como todo lo que es sonido, sonido será durante el tiempo que dure la distancia y el universo.

Me pregunto donde fueron a parar las noches y sus correspondientes notas musicales, desordenadas entre un vino y un beso ya sin rouge. Será que aún existen locos en el parque, por ejemplo, con aquél chillido de las cuerdas corriendo sin compromiso entre un traste y otro de la viola?

Ya que todo es causa y efecto, el fósforo se enciende para el trigésimo quinto Parisiennes, e entonces nos ilumina alguna cosa: el rostro de Silvana aguardando una respuesta, o las manos de Viviana tiritando al último Artan.

Algo tendria que salir de la viola, a esta vertiginosa altura del campeonato.

La película termina y, una vez más, Bela Lugosi me acompaña de vuelta para casa. Ladeo un cementério imaginário, donde reposan el Luigi y la Pina, mientras continuamos luchando despavoridos contra pulpos y seres extraterráqueos. La vieja puerta chirria cuando llego en casa y luego las cortinas se mecen cuando encaro el primer escalón de madera. Es siempre lo mismo los seres aburridos que viven escondidos detrás de nuestras almas dan carcajadas descontroladas... y todo posee un sonido, un toque de hechizo como banda sonora.

La puerta hacia crriiichh y la cortina haria fssshhssh, mientras al fondo, resonaba un acorde nuevo del cabezón, lento, lento... y yo me iba a dormir con todos los cuentos de terror leídos en voz baja a los piés de la almohada que, ya les dije, vivia sudada. Me iba a dormir con todos los ecos del parque en la mochila. Todas las memórias iban a parar al parque.

Las latitas de sardina, que los gatos sonámbulos tiraban cuesta abajo desde los tachos de basura, y que yo solia patear dentro de la madrugada desierta -imaginando arcos en la neblina- aún centellan en mi memória con sus ruidos estridentes. Aunque tal vez centelleen diferentes en la memória de los que dormian.

Mi dios... y todos están en el parque!. Será que por eso los rios no terminan?

Nenhum comentário:

Postar um comentário

Dejá tu comentário aqui